segunda-feira, 17 de outubro de 2011

Una copa de historia, una copa de salud



El vino no sólo es una bebida, es un patrón cultural, un denominador común a lo largo de lo ancho y largo de la Historia de la Humanidad. Su elaboración y beneficios han sido una constante a lo largo de más de 7.000 años. Todavía hoy la ciencia continúa exprimiendo las virtudes más saludables de los caldos.

Ya en el Antiguo Testamento se menciona que "Noé comenzó a labrar la tierra, y plantó una viña; bebió el vino y se embriagó" (Génesis 9-21), una referencia fundamental que avala el origen de una de las bebidas más emblemáticas y presente en todas las culturas mediterráneas hasta convertirse en una de las piedras angulares del rito judeo-cristiano. A lo largo de la Biblia, el vino es nombrado más de 200 veces llamando la atención, incluso, a la moderación en su consumo.

Restos arqueológicos en el valle del Cáucaso de hace más de 7.000 años revelan la importancia y el proceso de la fermentación. También hay datos también de que el amplio número de variedades, procesos de elaboración y bodegas que hoy conocemos tuvo en el antiguo Egipto su semilla. De hecho, los egipcios documentaban en las vasijas de almacenamiento el año, el nombre del productor y el viñedo de origen, lo cual indica la preocupación del ser humano por la calidad del vino.

Toda cultura mediterránea ha aportado su granito de arena en el peso histórico del vino: los sumerios, babilonios, egipcios... Pero es en el mundo clásico, con Grecia y Roma, donde el vino cobra una importancia fundamental en el día a día del ser humano. Homero relata las orgías que se organizaban en torno a vinos cultivados con uva moscatel asociándolo de forma irreversible hasta nuestros días al placer, al amor, al disfrute vital, así como al alivio o a la tranquilidad. Los romanos también incidieron en la calidad del vino definiendo cuáles eran los mejores viñedos en función del clima, una de las premisas de la actual enología.

Tras la caída del Imperio Romano, el vino, al igual que el resto de manifestaciones culturales, pasaron a mano de los enclaves religiosos. Los mejores vinos se continuaron elaborando en monasterios y abadías que conservaron la tradición de buena elaboración hasta nuestros días. No es extraño comprobar como muchas bodegas contemporáneas conservan aún la cercanía con estas construcciones. El consumo habitual de vino en el hombre medieval encuentra, quizá, su respuesta en el aporte calórico.
De la vasija de la abadía a la botella del supermercado

Con el crecimiento económico y florecimiento de la burguesía, la calidad del vino se convirtió en una férrea premisa. La Francia del XVIII fue el primer país en crear un sistema de proceso y exportación de grandes bodegas que dio origen al comercio que hoy en día conocemos. De igual forma, también se empezó a separar los caldos dedicados a las mejores mesas y aquellos compuestos para el consumo rápido sin atender a necesidades específicas de calidad.

España especializó su producción en el siglo XIX introduciendo el embotellado en La Rioja, favoreciendo así el consumo y el transporte de los caldos. La exportación de cepas francesas al continente americano o a Australia y el amplio conocimiento científico ha permitido la proliferación de vinos de calidad en cada vez más climas, fomentando la especialización y la segmentación de este producto.
Una copa de salud

Cada vez son más estudios científicos los que avalan los beneficios incontables de consumir vino con moderación. Por ejemplo, según un reciente estudio de la Escuela de Salud Pública de Harvard liderado por Qi Sun y publicado en la revista PLoS Medicine ha demostrado que las mujeres de mediana edad que beben alrededor de una copa de vino al día, gozan de mejor salud y envejecen mejor que las que no beben ni una gota de alcohol. Otro estudio realizado en 2002 por la Universidad de Buffalo (Estados Unidos) encontró que los antioxidantes en este tipo de vinos pueden ayudar a detener a los radicales libres.


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